Milena Caba

Ochenta mil años

Quería ver el webinario de Charo, pero una falla técnica dejó a media ciudad sin internet. Tenía dos opciones. La clásica: maldecir y pasar los siguientes veinte minutos intentando conectarme con datos sin lograrlo, o la b). Opté por aceptar, sin luchar, la realidad. En calma, recordé el e-mail que había leído unas horas antes. El profe de física de mi colegio nos avisaba que, por las condiciones climatológicas, sería posible ver un cometa en el cielo, pero solo durante unos 20 minutos, precisamente a la hora que empezaba el webinario.

Qué buena idea. Armados con los binoculares, mi marido y yo salimos disparados al parque, para descubrir que está en un vallecito (de lo que ni nos habíamos dado cuenta) rodeado de árboles. No se veía nada. Caminamos hacia la avenida. Nada. Entonces, la sabiduría irrumpió de nuevo. ¡Ya sé! El edificio de nueve pisos de al lado y le pedimos al guardia que nos deje pasar.  

Como suspendido, observable a simple vista por última vez en los próximos ochenta mil años, el cometa C/2023 A3 (Tsuchinshan-ATLAS) en todo su esplendor, destellando los colores del fuego, majestuoso, frente a nosotros.

A menudo pienso que las cosas deben salir como estaban planeadas y me molesta cuando no es así. Por suerte ese día tuve la disposición de escuchar más allá. Me permití recibir el regalo, no tuve que esperar otros ochenta mil años.